Hace un año, cuando el polaco Robert Kubica sufrió un espeluznante accidente en el Gran Premio de Canada, del cual afortunadamente salió con poco más que maguyaduras, dijeron que había sido un milagro de Juan Pablo II. Las medidas de seguridad no contaron.
El pasado fin de semana, a un año de su accidente, Robert Kubica ganó su primera carrera de Fórmula 1 en el mismo circuito. Una carrera rara, si. Con abandonos poco comunes, si. Pero ganó con autoridad, a pulso. Nomás falta que ahora también le quieran colgar el milagrito a Juan Pablo II.
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